6º Día.

Mañana limpia. Divagando. El horror. Tivio comienza su relato.


...a la luz que crecía por levante las fogatas se iban esfumando como una pesadilla que se apaga y el mundo apareció desnudo y reluciente en el aire puro...

... hablamos poco entre nosotros, y al mediodía reinaba un extraño mutismo...

... el cielo era luminoso...

...¿por qué la arena se escapa de las manos?...

...igual que en un reloj de arena, en la parte de arriba, el poco tiempo que nos queda, abajo el tiempo pasado, todo el desierto...

... cuando uno lleva mucho tiempo sentado en el suelo en un mismo sitio empiezas a adoptar extrañas posturas que solo e visto en los monos...

...mi ánimo estaba ocupado por vagas e indistintas ensoñaciones...

Fue cuando vimos una polvareda que se acercaba y más tarde escuchamos voces de hombres y bestias detrás de las rocas, ruidos de choques de armas y griterío que callaba y volvía a comenzar, se había incorporado más gente al grupo de nuestros captores, pero no podíamos verlos.

De forma inevitable como una polilla se quema en la antorcha, llegó la incertidumbre de nuestro futuro, el futuro, siempre el futuro.

Venida de quien sabe donde, una idea atravesó mi frente, la idea se me acercó como el rumor de unos pasos, resonó entonces en el fondo del cerebro como una señal largo tiempo codiciada.

La curiosidad de saber que había detrás de las rocas era muy fuerte y contaba con el momento de mayor calor como aliado, ya buscaría un pretexto, para utilizarlo si era sorprendido, aunque dudaba que me sirviera de algo.

-Ruego me disculpen por la osadía, pero el hábito es una segunda naturaleza.-

Decidí acercarme a ver que ocurría... era en el soplo más caluroso de la tarde, me arrastré envolviéndome las manos con parte de mi túnica porque el suelo no se podía tocar de la forma en que ardía, pero nada más alcanzar las primeras piedras grandes intuí algo, me di media vuelta y detrás de mí me seguía con mayor habilidad, Hmada que por lo visto ya había realizado otras incursiones anteriormente, de allí las boñigas y el agua.

Se había establecido entre nosotros nada más mirarnos una complicidad y al poco tiempo conseguíamos un entendimiento que era algo más que congeniar, gustos extraños puestos en común, una lengua propia solo nuestra que nos enseñábamos el uno al otro, ideas en común modeladas por el choque de nuestras armas espirituales, con señales hechas por la inflexión y modulación de la voz más que por el estricto significado del vocablo. Rápidamente se me adelantó mostrando un camino entre las rocas sin subir a ninguna, una especie de laberinto cuidadosamente estudiado nos llevó hasta un lugar donde se podía ver la totalidad de campamento de los guardias sin ser vistos.

El olor agrio los delató, cerca de nosotros estaban apostados tres guardias medios desnudos, algunos arrastraban harapos, comían o algo parecido, se sorbían los dientes mostrando encías hinchadas, después de comer se limpiaban los dedos en el pelo grasiento de pestilencia.

Dos tiendas, un par de fogatas, tres caballos, unos camellos, un pequeño rebaño de cabras atadas a estacas, tres mujeres, una mayor y dos jóvenes, dos niños, el que nos traía la comida y uno pequeño, montones de desperdicios desperdigados por doquier; este era el campamento de nuestros captores.

Hombres armados junto a unos animales, eran los recién llegados, a la espera de... se produjo un revuelo de todos cuando alguien salió de una de las tiendas acompañado de los guardias que ya conocíamos y se dirigió hacia las rocas que estábamos nosotros... no nos vieron, quietos y agazapados; vimos y escuchamos.

Apareció el jefe de aquella tropa del horror, era como el espanto que produce el insostenible resplandor de una espada en el instante de su descargada. Durante un momento toda su presencia sobrehumana iluminaba aquel paisaje de muerte con su tormentosa y mórbida realeza, acompañado por acólitos de rostros inmutables, miasmas reales. Se subió a una de las piedras, adopto una postura de una rigidez enfermiza, desorbitados los ojos, tiesos y mudos; arengando a nuestros guardianes con una voz áspera, ronca y gutural que nunca olvidaré. La horrible violencia de aquella naturaleza salvaje impactó en mi alma como el choque de una abeja contra un escudo.

Estallaron en mi interior sombríos presentimientos.

-Yo, Anu, el rey de los dioses, he fecundado la tierra, ella ha engendrado siete dioses, y os llamaré Servidores. Os presentareis ante mí y os fijare vuestro destino.– Vociferó.

-Vosotros los Servidores, sois héroes sin igual, vuestra naturaleza es diferente a la de los otros dioses. Extraordinario es vuestro nacimiento, estáis colmados de espanto. Quien os ve queda helado de terror, pues vuestro aliento es la muerte. Los humanos tendrán tanto miedo de vosotros que no se atreverán a acercarse. En el oasis hay una puerta, pero está con el cerrojo echado ante vosotros.

Los guardias elegidos pasaron de uno en uno frente a aquel demonio.

Llamó al primero y le dio esta orden:
-Adonde vayas derramando terror que no tengas nunca ningún rival.

Dijo al segundo:
-Quema como el fuego y arde como la llama.

Dijo al tercero:
-Toma el aspecto de un león y quien te vea que quede anonadado.

Al cuarto le dijo:
-Al blandir tus furiosas armas que la montaña se destruya.

Dijo al quinto:
-Sopla como el viento y escruta el orbe.

Al sexto le ordenó:
-Ve y no perdones a nadie, ni Arriba ni Abajo.

Al séptimo lo llenó con veneno de víbora:
-Destruye –le conminó- todo tipo de vida.

Después de que Anu hubo fijado los destinos de todos los Servidores, intimidó al resto diciéndoles:
-Marchad al lado de los Servidores, sedles fieles como ellos los son de mí. Si os llega a ser insoportable el tumulto de los humanos en los lugares habitados, si os sobreviene el deseo de hacer una hecatombe para exterminar la humanidad, y hacer perecer a las bestias, animales y bosques, descargad la ira, que ellos sean vuestras furiosas armas y caminad juntos el camino del odio.

Todos rugieron en el hervor del sol. Saltó sobre su cabalgadura, la espoleó sin mirar atrás. Se alejó por la infinidad de piedras y arena, e instantes después el sonido incesante del viento se dejaba oír como un silbido de víbora.

Las únicas manifestaciones de vida en aquellos parajes eran unas largas hierbas grises cuyas matas canijas y silbantes se aferraban en desorden a los montículos de arena y se aglutinaban a capricho de las ráfagas del viento como una cabellera anegada de agua.

El siniestro y su cortejo se perdían con los pasos monótonos y ahogados de su caballo en la arena, parecía ser la señal de vida o de muerte que todavía animase aquel desierto.

Volvimos llenos de vacuidad invirtiendo la dirección del laberinto. Su majestad, la maldad, hacia presencia en nuestras vidas para saborear la angustia del azar y provocar la desazón, comprendimos por que el viento a veces se lamenta y otras llora en silencio.

Cuando Hmada y yo nos acercamos a nuestro sitio arrastrando la tristeza en el fondo de nuestras almas, encontramos a Tivio derrochando animo y vida que comenzaba a contarle al ciego una de sus historias donde a la vida le sigue la vida.

-En un pueblo de occidente donde vivía una prospera comunidad, había una particular ceremonia, creada desde mucho tiempo atrás, que se celebraba en el bosque cada cuatrocientas lunas...

A los habituales se nos unieron otros infelices para escuchar a Tivio. Hmada prestaba atención como si entendiera, absorto seguía el relato.

-Un profeta nigromante, muy anciano, ofrecía sacrificios, vestía misteriosas vestiduras sacerdotales y oficiaba el culto, conocedor a la perfección del ritual, se lo transmitió a otro antes de morir. Cuando llego el momento, este último condujo a un reducido grupo de fieles al bosque, al lugar preciso, y celebro la ceremonia según el rito exacto. Después de lo cual, todos regresaron a sus casas...

Una faja de nubes sobre el horizonte se desplegaba del lado de poniente, se difundía la única magia del día en todo su vigor.

-Pasaron los años. Cuando, treinta años más tarde, volvió a llegar el momento de la ceremonia, el profeta ya había muerto. Solo quedaban tres o cuatro fieles con vida de la última ceremonia, los cuales de fueron al bosque con algunos novatos y otro profeta. Una vez en el bosque les fue difícil recordar el lugar exacto. Dieron vueltas por distintos claros sin acertar a elegir. Finalmente escogieron un sitio sin estar seguros de que fuera el correcto, celebraron la ceremonia según el ritual y volvieron a sus casas...

Fuimos interrumpidos por los gritos de uno de los guardianes que el día anterior había tomado gotas de mercurio para purgarse, se retorcía como si en sus entrañas albergara bestias secretas. Al ocaso vimos como su cuerpo era arrastrado por uno de sus compañeros cogido de un tobillo, su cabeza rebotaba al encuentro de alguna que otra piedra dando una sensación laxamente grotesca.

El centinela se acercó al osario, despeñó los restos por el precipicio, unos grajos levantaron escandaloso vuelo y los buitres se alejaron correteando con las alas desplegadas como viejas ofendidas, sacudiendo obscenamente sus cabezas de carne hervida.

La noche había caído casi por entero, el ciego tumbado sobre el barro dormía en la postura de un animal sorprendido por una fatiga repugnante y se estremecía por momentos sin querer. La noche nos tenía cercados y no había estrellas. Quietos en la oscuridad, sentimos que, aparte de nosotros, todo estaba muerto.
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