7º Día.

El desenlace.


El sol nos aplastaba sobre la tórrida planicie, un calor intenso nos abrasaba, usábamos nuestras túnicas como tiendas, empujándolas con un dedo, a un palmo de nuestras cabezas, intentábamos superar el sopor y no quedarnos dormidos para no caer sobre la arena caliente, Hmada se había quedado sin agua. No teníamos ningún alivio. Nadie se movía.

A la hora en que las sombras se alargan arrastrándose, Tivio reinició su relato. Un presentimiento recorrió mi espalda, Tivio no se podía sostener sentado. Se recostó sobre mí. Lo cogí por debajo de sus axilas e incorporándolo un poco lo acerqué al calor del pobre fuego que teníamos a nuestros pies.

-Treinta años más tarde, solo quedaban algunos de los novatos con vida. Bajo la dirección de un nuevo maestro, acompañados por un grupo de jóvenes, volvieron a dirigirse al bosque. Esta vez les fue imposible reconocer siquiera un claro. Todo había cambiado, todo se enmarañaba en sus memorias. Incluso el rito de la ceremonia les parecía incierto, impreciso. ¿Había que pronunciar aquella plegaria? ¿Cómo eran los sacrificios? Ya no lo sabían. Lo hicieron lo mejor que pudieron y regresaron al pueblo...

Con un pie Tivio removió las ascuas de la tímida fogata que nos hacia grata compañía, el fuego despedía chispas que el viento se llevaba en volantas.

-Treinta años más tarde, formamos un nuevo grupo, guiados por un nuevo maestro, nos adentramos en el bosque. Habíamos oído hablar de una importante ceremonia que allí se celebraba antaño. ¿Que día? No lo sabíamos con exactitud. ¿En que lugar? ¿De que forma? Imposible decirlo con certeza. El nuevo profeta y los jóvenes fieles erraron por el bosque durante mucho tiempo, bajo la lluvia, sin celebrar la ceremonia, y luego regresamos. Volvimos derrotados a reunirnos en la plaza.

Desanimado le dije a Tivio.
–Si lo habéis olvidado todo, la próxima vez no valdrá la pena ni regresar al bosque.
-Es verdad- dijo Tivio - hemos olvidado todos los detalles de la ceremonia. Pero no todo esta perdido. Seguimos teniendo un buen motivo para sentirnos satisfechos.
-¿Por qué deberías estarlo?- pregunté.

Tivio tiritando, me lo explicó:
-Porque siempre podremos contar la historia.

Echó un hediondo eructo sobre mi cara y un estertor recorrió su cuerpo, dilató todos sus músculos y entonces quedó sobre mis brazos el lacónico peso muerto de un cadáver amigo, todo el cielo parecía alterado, la noche cayó repentinamente sobre la tierra vespertina y pequeñas aves grises pasaron piando flojo en pos del sol que huía.

Habían transcurrido siete días y la tierra estaba hecha.

Rohm. “el viejo”
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