Recuerdo que...

Hecho prisionero. Un día de caminata. Parada en ruinas. El ciego. Vigilados.


...andaba, yo perdido, atrapado por la soledad, ya nada podía salvarme, vagaba desorientado por pedregales incandescentes, bajo un sol de justicia en este amplio desierto. Hacia varios días que no tenia comida y ahora se me acababa el agua.

Cuando de detrás de unas dunas salieron sorprendiéndome unos hombres armados, que dando gritos, para mí incomprensibles, cayeron sobre mis pobres huesos. Se abalanzaron sobre mí, dándome susto y paliza de muerte, que sin saber a cuento de que, propinaron a mi exhausto cuerpo, inmovilizándome sobre la arena. En el forcejeo perdí las sandalias.

Ya se sabe que en tierras de frontera, sean de territorios o pensamientos son zonas peligrosas de transitar, toda precaución es poca, si te pierdes en un descuido, puedes caer en una ciénaga de ideas o ser presa de hombres celosos de conservar estrechos conceptos, como aquellos de la unidad de la patria o lo tuyo y lo mío (lo mío es mío y lo tuyo también). Donde todo vecino es un peligro potencial porque puede que ambicione lo ajeno, igual que yo.

Maniatado con gruesas cuerdas de esparto fui llevado por aquel terreno destripado; era un camino lleno de piedras desiguales que constituían para mis pies descalzos el apoyo más inseguro de aquel suelo pérfido, a rastras, detrás de un caballo, caía y me desollaba vientre, piernas y pies. Había sido hecho prisionero por forajidos del desierto para ser vendido como esclavo.

Caminamos todo el día con apenas unos sorbos de agua, al crepúsculo nos detuvimos en un arroyo seco y pedregoso que formaba una pequeña hondonada ocultándonos de miradas lejanas.

El mundo alberga muchos misterios, como por ejemplo ¿cuales son sus límites? ¿Cuáles sus medidas? A mis captores todas estas cosas no les importaban, eran hombres de otra época, por más que vivieran en un hoy.

Habían vivido toda su vida en una tierra virgen igual que sus padres antes que ellos; aprendiendo a guerrear guerreando a morir o matar, su tiempo era aquí y ahora. Su territorio se extendía desde los hielos del norte a las cenizas del sur, de las sangrientas tierras de levante a las secas praderas de poniente, un mundo con lindes a otros hombres de otros colores y seres que ningún hombre había visto. Pero lo más extraño estaba en sus propios corazones donde anidaba desorientada una fiera perdida.

Se acercaba el rojo final del día cuando nos tumbamos a descansar pero no por mucho tiempo y no sin antes otear hacia la estrella guía por si surgía alguna silueta en el horizonte; nuestros captores no encendieron fuego y tiritamos con el viento del desierto que soplaba frío y estéril de algún impío lugar sin traer noticias de nada en particular.

Mi destino es mi desdicha, como una planta en la superficie del agua, floto siempre en este océano del mundo, sin poder echar nunca raíces... siempre sé a dicho:
-Cada hombre busca su propio destino y el de nadie más.

A noche cerrada entramos en un tortuoso sendero que abordaba con un declive rápido la falda de un cerro. Llegamos a una extraña construcción donde había dos guardias y otro prisionero. Mientras me desataban salió a recibirnos un perro al que le había mordido una serpiente en el cuello, me miraba suplicante, el pobre animal tenía debajo de su mandíbula una monstruosa hinchazón como una bolsa desollada que colgaba de su cuello dándole un aspecto grotesco. Boqueaba por el atascado conducto de su garganta, babeando entre gemidos, puesto que no podía comer ni beber, poco se podía hacer por él, un perro que más que producir temor a la ferocidad despertaba una profunda lastima. Esquivó con experiencia canina la patada que le envió el guardia que estaba conmigo, y se perdió con las ráfagas de viento que penetraban en nuestras almas ululando.

Nos guarecíamos en las ruinas de una cultura antigua, la construcción tenia algunas vigas del techo medio caídas y el piso de la habitación lleno de barro y escombros, nos echamos al raso sobre la arcilla seca del recinto, entre la arena suelta había multitud de fragmentos de cerámica y trozos de madera renegridos y huellas del sadabar, que es el único animal que no crea miedo e inquietud en el hombre (especie de unicornio persa) y de otros animales que lo cruzaban y volvían a cruzar en todas las direcciones, no me extrañó porque los que viajamos por lugares desiertos encontramos en efecto, criaturas que superan toda descripción. En el centro de la estancia habían encendido fuego y el humo, cuando no nos ahogaba, salía por entre el tejado ruinoso.

El otro prisionero era un viejo ciego que silencioso estaba sentado inmóvil como un encantador de serpientes, miraba fijamente el suelo como queriendo traspasarlo.

Decidí romper el silencio que se estaba consumando, y afirmé rotundamente.
-No volveré jamás a Ur.-

El ciego ladeo la cabeza ligeramente, como si quisiera que algo se le cayera del oído.
-¿Por qué?.-
-Porque ya estuve. Dije sin pestañear.
-No tiene sentido.-
-Para mí si, la experiencia única e irrepetible es la más satisfactoria, la única que vale la pena ser vivida.-
-¿Cómo la última?.-
-Exacto, de la que todos sabemos pero ninguno conocemos.-

Y volvimos al ruido de nuestras tripas. No nos dieron nada de comer, asi que por fin, después de una jornada agotadora, nos echamos a dormir como dóciles perros.

Durante el frío de la noche, presa de la resignación, elegí una suave duna para recostarme, más allá del fuego hacia frío, la noche era despejada y las estrellas caían, mirándolas me concentre en una y deje que la helada luna encharcara mi rostro.

Desde una de las vigas nos observaba atentamente un pequeño búho que se agazapaba en silencio cuando cambiaba el peso de pata y fuera se percibían tarántulas en irracionales carreras cortas, lagartos de boca negra, mortales para el hombre y víboras descendientes de deidades misteriosas.

Estábamos bien vigilados.